sábado, julio 20, 2019



Me levanté y fui hacia el jodido cuarto de baño. Odiaba mirarme en aquel espejo pero lo hice. Vi depresión y derrota. Unas bolsas oscuras debajo de mis ojos. Ojitos cobardes, los ojos de un roedor atrapado por un jodido gato. Tenía la carne floja, parecía como si le disgustara ser parte de mí.

Yo sabía que ella saldría esa noche a algún bar. Llovía y yo no tenía las ganas de salir corriendo a buscarla, mojarme, tomar un taxi, buscarla en no sé dónde; meterme a mil bares sólo para buscarla y encontrármela; yo todo empapado y fingiendo mi desesperación. De cualquier manera quería salir, si a buscarla pero también a tomar algo; la ciudad es muy grande.

Entré en la primer cantina qué encontré, pedí una cerveza y la acabé de un sorbo, no me gustan esos ambientes solitarios que huelen a desesperanza. De nuevo a la lluvia, pero recordé ése bar donde servían un trago con vodka y pepino que me gusta (en general no tomo vodka). Y ahí estaba ella, no me vio entrar; me senté en la barra a algunos metros de ella, pedí mi trago de vodka y fingí no verla, supe que ella me vio por el reflejo del espejo de la barra; ambos seguimos como si nada.

Le pedí a cantinero que le enviara una bebida de la que ella tomaba, qué se la mandaba Manuel (yo no me llamo Manuel), ella respondió de la misma manera 10 minutos después con el nombre de Ana. Para mi era Cleo (nunca le gustó que le dijera Cleopatra, -su verdadero nombre), pero Ana servía para nuestra diversión. Me acerqué a ella como un desconocido y ambos seguimos el juego; rocé su pierna con mi mano y sugerí buscar otro bar mas privado.

Salimos a media lluvia y ni un taxi a la vista, a dos cuadras caminando sólo estaba abierta una cantina peor que la primera a la que entré. Pedimos una cerveza, y seguimos con el juego: Dije: -Hola soy Manuel, vengo de paso y encontré ése bar, me pareciste conocida por eso me atreví a acercarme a ti. –-Yo soy Ana, contestó. Trabajo en el centro comercial y después de tantas horas de buscar entre archivos y papelería decidí parar por un trago antes de ir a casa; me pareció un buen gesto tuyo el invitarme y por eso accedí.

Bailamos no recuerdo cual canción, pero era una balada de amores perdidos y olvidados. No sé por qué, a pesar de la melodía tan pobre y lastimera, ambos sentimos el impulso de la cercanía, me acerqué durante el baile lo más que pude, sentir sus pechos, apretar sus nalgas. Pareciera que en esa melodía tan lúgubre, buscáramos salvarnos.

Tomé su rostro y la besé; nos besamos y salimos huyendo de ese infierno en busca de una salvación. Encontramos un hotel cerca, y mientras corríamos a la habitación, yo me desabrochaba la camisa. Hice alto total en la entrada, la cargué como una novia ante el lecho nupcial, porque era Ana; y antes que Ana era Cleo, era mi Cleopatra. Ya adentro nos arrebatamos como fieras, los truenos y la lluvia era la música que nos acompañaba, yo arrancaba su ropa de encaje y ella me bajaba el cierre. De pronto, todo era poesía…

Si... la poesía que ilumina los pasados oscuros. Sus senos de violeta rosa se bebían como dulces sueños en la boca, los labios solo eran una extensión del universo, de mi universo. ¿Cómo se puede amar ése universo?, le acariciaba el cabellos mientras sus labios me transportaban a un mundo que nunca conocí. Su entrepierna era un manantial de sabores celestes en mi lengua, sin poder saciarme hasta que ella se estremeció y gritó mi nombre. Nunca mi nombre se escuchó tan hermoso como en ese grito de éxtasis. La giré y hay algo mágico en la dulzura de sus nalgas, de sus jugos, de la carne que se sabe abierta para el deseo. La cargué y solo la pared podía apoyarnos a mi y a mi Cleo. Ése juego de lenguas y sexos que nos extermina y nos hace renacer.

El amanecer nos encontró amándonos; yo dentro de ella, y ella dentro de mi alma. El sueño nunca supimos cuando nos encontró, pero desperté pronto, bañarme y tratar de dormir un poco mientras ella seguía dormida. Pero sus labios apartaron a Morfeo, y mi sexo nunca encontró mejor abrigo que en su boca; santa y pura, que me recorría con su ser. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no me moviera; ella quería hacerlo todo. Y yo como esclavo me rendí, no sin antes pelear, vencerme y derrotarme al mismo tiempo. Ahora yo gritaba su nombre mientras moría y renacía en su mirada.

Ambos nos vestimos, nos disfrazamos de cordura y salimos sonriendo a la vida que pasa.