Me
levanté y fui hacia el jodido cuarto de baño. Odiaba mirarme en
aquel espejo pero lo hice. Vi depresión y derrota. Unas bolsas
oscuras debajo de mis ojos. Ojitos cobardes, los ojos de un roedor
atrapado por un jodido gato. Tenía la carne floja, parecía como si
le disgustara ser parte de mí.
Yo
sabía que ella saldría esa noche a algún bar. Llovía y yo no
tenía las ganas de salir corriendo a buscarla, mojarme, tomar un
taxi, buscarla en no sé dónde; meterme a mil bares sólo para
buscarla y encontrármela; yo todo empapado y fingiendo mi
desesperación. De cualquier manera quería salir, si a buscarla pero
también a tomar algo; la ciudad es muy grande.
Entré
en la primer cantina qué encontré, pedí una cerveza y la acabé de
un sorbo, no me gustan esos ambientes solitarios que huelen a
desesperanza. De nuevo a la lluvia, pero recordé ése bar donde
servían un trago con vodka y pepino que me gusta (en general no tomo
vodka). Y ahí estaba ella, no me vio entrar; me senté en la barra a
algunos metros de ella, pedí mi trago de vodka y fingí no verla,
supe que ella me vio por el reflejo del espejo de la barra; ambos
seguimos como si nada.
Le
pedí a cantinero que le enviara una bebida de la que ella tomaba,
qué se la mandaba Manuel (yo no me llamo Manuel), ella respondió de
la misma manera 10 minutos después con el nombre de Ana. Para mi era
Cleo (nunca le gustó que le dijera Cleopatra, -su verdadero nombre),
pero Ana servía para nuestra diversión. Me acerqué a ella como un
desconocido y ambos seguimos el juego; rocé su pierna con mi mano y
sugerí buscar otro bar mas privado.
Salimos
a media lluvia y ni un taxi a la vista, a dos cuadras caminando sólo
estaba abierta una cantina peor que la primera a la que entré.
Pedimos una cerveza, y seguimos con el juego: Dije: -Hola soy Manuel,
vengo de paso y encontré ése bar, me pareciste conocida por eso me
atreví a acercarme a ti. –-Yo soy Ana, contestó. Trabajo en el
centro comercial y después de tantas horas de buscar entre archivos
y papelería decidí parar por un trago antes de ir a casa; me
pareció un buen gesto tuyo el invitarme y por eso accedí.
Bailamos
no recuerdo cual canción, pero era una balada de amores perdidos y
olvidados. No sé por qué, a pesar de la melodía tan pobre y
lastimera, ambos sentimos el impulso de la cercanía, me acerqué
durante el baile lo más que pude, sentir sus pechos, apretar sus
nalgas. Pareciera que en esa melodía tan lúgubre, buscáramos
salvarnos.
Tomé
su rostro y la besé; nos besamos y salimos huyendo de ese infierno
en busca de una salvación. Encontramos un hotel cerca, y mientras
corríamos a la habitación, yo me desabrochaba la camisa. Hice alto
total en la entrada, la cargué como una novia ante el lecho nupcial,
porque era Ana; y antes que Ana era Cleo, era mi Cleopatra. Ya
adentro nos arrebatamos como fieras, los truenos y la lluvia era la
música que nos acompañaba, yo arrancaba su ropa de encaje y ella me
bajaba el cierre. De pronto, todo era poesía…
Si...
la poesía que ilumina los pasados oscuros. Sus senos de violeta rosa
se bebían como dulces sueños en la boca, los labios solo eran una
extensión del universo, de mi universo. ¿Cómo se puede amar ése
universo?, le acariciaba el cabellos mientras sus labios me
transportaban a un mundo que nunca conocí. Su entrepierna era un
manantial de sabores celestes en mi lengua, sin poder saciarme hasta
que ella se estremeció y gritó mi nombre. Nunca mi nombre se
escuchó tan hermoso como en ese grito de éxtasis. La giré y hay
algo mágico en la dulzura de sus nalgas, de sus jugos, de la carne
que se sabe abierta para el deseo. La cargué y solo la pared podía
apoyarnos a mi y a mi Cleo. Ése juego de lenguas y sexos que nos
extermina y nos hace renacer.
El
amanecer nos encontró amándonos; yo dentro de ella, y ella dentro
de mi alma. El sueño nunca supimos cuando nos encontró, pero
desperté pronto, bañarme y tratar de dormir un poco mientras ella
seguía dormida. Pero sus labios apartaron a Morfeo, y mi sexo nunca
encontró mejor abrigo que en su boca; santa y pura, que me recorría
con su ser. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no me moviera;
ella quería hacerlo todo. Y yo como esclavo me rendí, no sin antes
pelear, vencerme y derrotarme al mismo tiempo. Ahora yo gritaba su
nombre mientras moría y renacía en su mirada.
Ambos
nos vestimos, nos disfrazamos de cordura y salimos sonriendo a la
vida que pasa.